El bacalao es un pescado de temporada al que la salazón hace singularmente versátil, permitiéndole ser protagonista en platos de cuchara en invierno y bocados fríos en verano. Pero ni la versatilidad, ni su sabor ni su textura únicos son lo mejor que ofrece el bacalao. Son sus extraordinarias cualidades nutricionales lo que le convierten en un alimento rey entre los alimentos.
En primer lugar es un pescado blanco. Esto es sinónimo de bajo contenido graso, lo que lo hace ideal para deportistas, personas que cuidan su peso, niños, diabéticos… Pero lo realmente importante es que la poca grasa que contiene está constituida, íntegramente, por ácidos grasos Omega 3: una ración de 200 gramos de bacalao provee el 80% de la cantidad diaria que necesita nuestro organismo para mantener sano el corazón y ayudar a reducir los índices de colesterol dañino. No olvidemos que el aceite de hígado de bacalao también se comercializa y es uno de los productos con mayor nivel de ácidos grasos Omega 3.
Por si fuera poco, la carne del bacalao es rica en proteínas de alto valor biológico y de vitaminas, pero no de vitaminas cualesquiera, sino de las B1, B2, B6 y B9, que permiten el máximo aprovechamiento de los nutrientes energéticos que provienen de los hidratos de carbono, proteínas y grasas, y que son esenciales en la formación de los glóbulos rojos, el buen funcionamiento del sistema nervioso y la síntesis del material genético.
El bacalao también posee tres de las vitaminas que se encuentran entre los micro-nutrientes esenciales para el hombre: D, E y A. La primera ayuda a absorber el calcio y el fósforo, con un efecto cardioprotector y de apoyo al sistema inmune; la vitamina E actúa como antioxidante y protege las células contra los daños causados por los radicales libres y la vitamina A contribuye a un mantenimiento sano de los dientes, los tejidos blandos y óseos, las membranas mucosas y la piel.
Comer bacalao no solo es un placer, sino también una forma de mantenerse sano.